En general, es mejor siempre. El médico mejor sabe hacer esto de manera gradual, humana y evitando siempre expresiones que se perciben como «sentencias sumarias»: en medicina no se puede estar nunca completamente seguros y no está para nada claro que lo que sucede en la media de los pacientes, se produzca en cada uno de los pacientes en cuestión.
Hay tres consideraciones generales que argumentan a favor de informar al enfermo:
- Los enfermos entienden rápidamente cuando las cosas no están bien. El clima de misterio les proporciona aún más ansiedad. Si se le deja sin las explicaciones adecuadas, puede suceder que el paciente llegue a pensar que no hay ya nada que hacer incluso allí donde las probabilidades de curación son óptimas.
- Los familiares infravaloran enormemente las capacidades de intuición de su allegado. Ingenuamente, están convencidos de que el enfermo no sospecha nada. De manera que el paciente debe lidiar con la frustración de la soledad y también con el miedo a lo desconocido.
- La persona muy enferma cambia, a menudo emerge en ella una fuerza que era insospechable antes de la enfermedad. Lucha duramente contra el tumor, mientras que las personas sanas permanecen solo espectadores externos de este conflicto y no consiguen entender más el cambio profundo que se está produciendo en su familiar enfermo. Se puede entender, pues, porque ciertos resultados de los tratamientos, que parecen tan modestos a los ojos de las personas sanas, sean por el contrario tan importantes para el enfermo. Si no se tiene la información adecuada y no se dialoga, es difícil tomar la decisión mejor para el paciente en las situaciones difíciles.
Naturalmente, hay casos particulares en los que el paciente no está obsesionado con las pregustas técnicas, por su naturaleza, y convive bastante bien con la narración interior que se ha construido, le satisface y no quiere ser «molestado» con tantas explicaciones médicas. Pero son muy raras las personas así. POR QUÉ A VECES EL PACIENTE NO ES INFORMADO DE LA MANERA ADECUADA.